Precisamente es lo que hemos celebrado en la Navidad y prolongamos hasta el 1 de enero, lo que proporciona una certeza distinta: en Cristo, Dios se compromete con nosotros con Su nacimiento, vida y entrega, y nos trae esa salvación que en el fondo deseamos. Esta no es una esperanza meramente natural, sino que es elevada y transformada en una virtud sobrenatural, por la que esperamos gozar de las promesas del Salvador.
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